201 Años de la Muerte de Francisco de Miranda.
Hoy se cumplen doscientos un años de la muerte de Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, mejor conocido como el Generalísimo Francisco de Miranda, quien fue partícipe de la Independencia de los Estados Unidos, de la Revolución Francesa y posteriormente de la Independencia de Venezuela, lo que lo llevó a ser considerado «El Primer Venezolano Universal» y «El Americano más Universal»
Miranda fue político, militar, diplomático, escritor, humanista e ideólogo, formación que le permitió ser defensor de los ideales de la libertad, y fue firmante del Acta de la Independencia el 5 de julio de 1811.
A su vez, el prócer fue participe del proyecto geopolítico conocido como la Gran Colombia, impulsado por Simón Bolívar, el cual tenia como objetivo unificar las naciones de la región en solo un bloque.
A final de su vida, «El Precursor de la Emancipación Americana» fue encarcelado en el penal de las Cuatro Torres del arsenal de la Carraca en San Fernando de Cádiz (España), donde murió el 14 de julio de 1816 a los 66 años, cuando planeaba escapar hacia Gibraltar.
El General Francisco de Miranda muere, después de una larga agonía, en la madrugada del 14 de julio de 1816, en los calabozos del fuerte de las Cuatro Torres, en el arsenal de La Carraca, cerca de Cádiz. Miranda, es el forjador del concepto del continente Colombiano, el cual da paso a la idea de la Gran Colombia, es el motor inicial de la lucha por la libertad y la independencia de nuestra tierra.
Así narra la muerte de Miranda el escritor Alfonso Rumazo, en su Libro Francisco de Miranda Precursor de la Independencia (Pag. 340-342):
Hay un preso que le visita frecuentemente a Miranda en la enfermería: el marino peruano Manuel Sauri, testigo de la agonía infinitamente larga del héroe. Por ese hombre modesto sabemos algo de los momentos finales del enfermo. Iba éste en alguna convalecencia, cuando de pronto, la noche del 13 de julio, volvió el ataque de apoplejía. En el lapso de los graves síntomas previos: dolor intenso de cabeza, silbido en los oídos, mareo, pérdida momentánea del conocimiento, “ofreciéronsele a Miranda –le contó Sauri a Ricardo Becerra (Ensayo histórico documental de la vida de don Francisco de Miranda)–, apenas hubo recobrado sus sentidos, los auxilios de la religión, para lo cual acudió a la cabecera de su lecho el capellán del hospital R. P. Albar Sánchez de la orden de Santo Domingo, pero Miranda se negó a recibirlo y despidió al fraile con estas desabridas palabras que los circunstantes, Sauri entre ellos, oyeron distintamente: “¡Déjeme usted morir en paz!”. Añade Picón Salas: “Pero como poco después se inicia el coma agónico, las diligentes hermanitas del hospital consiguen que se le administre la extremaunción. Presencia ya Miranda con los ojos entelados y sin voluntad de rechazo, el grave ritual”. La muerte llegó para este coloso de la historia, a la una y cinco minutos de la madrugada, del día 14 de julio. ¡La fecha de la toma de la Bastilla!
Más allá del llanto, en las sombras de la noche, a la luz de un miserable candil, gime Pedro José Morán vencido también; solitario también para el resto de su existencia. La muerte produce consternación, silencio; hace beber a grandes sorbos el agua de la impotencia. La noche esa vez se hizo más profunda, y las olas del mar cercano cantaron la solemne salmodia por el difunto, que había sido un hombre oceánico. Apenas amaneció, Morán da la dura noticia, en una carta, a los señores Duncan y Shaw, y les cuenta: “No se me ha permitido por curas y frailes le haga exequias ningunas, de manera que, en los términos en que expiró, con colchón, sábanas y demás ropas de cama lo agarraron y se lo llevaron para enterrarlo; de seguida vinieron y se llevaron todas sus ropas y cuanto era suyo para quemarlo”. ¡Era, para todos ellos, los de La Carraca, la enfermería, el pueblo monárquico entero, un simple “reo de Estado”! Lo expresa la partida de defunción:
Certifico [dice el cura de la parroquia] que en el libro quinto de Defunciones del Arsenal de La Carraca, que se custodia en este Archivo, al folio ciento cincuenta y nueve vuelto, se halla la siguiente Partida: “En catorce de julio del año de mil ochocientos diez y seis, falleció en el hospital real, Arsenal de La Carraca, el particular de causa pendiente y Reo de Estado, Francisco Miranda, hijo de Sebastián, natural de Benezuela en Caracas, de estado soltero, edad de sesenta años, no testó, recibió el Santo Sacramento de la Extrema Unción y su cadáver fue sepultado en el Campo Santo de este Distrito, de que certifico…
BR. DN. JUAN FRANCISCO DE PAULA VERGARA.150
Nadie habló en América, en su América que estaba ya libertándose, de la muerte de Miranda. Ni los próceres que ese momento se hallaban combatiendo, en muy ardua guerra. Ni los civiles. El hombre que había sido el asombro del Nuevo Mundo, en los años en que lo incendiaba en rebeldía, para el cumplimiento de la magna revolución, entró en el gran círculo del silencio, sepultado por las voces segadoras de la ingratitud. Bolívar, en ánimo rectificatorio, olvidado ya de la injusta condena que de él hiciera en 1812, le hablará a Sucre, a distancia de nueve años, y le calificará a Miranda de “El más ilustre colombiano”. ¡Era, en verdad, el más ilustre americano! Veinte años más tarde –el 29 de julio de 1836– el rey de Francia Luis Felipe I, inauguró el Arco de Triunfo de la Estrella, en París, “A la gloria de los grandes Generales de Francia”. En el frontis derecho del majestuoso Arco, fue grabado el nombre de Miranda, junto a los de Lafayette, Grouchy, Villaret, Dillon, Charbonier, Valence, Tilly, Ferrand, Chazot, Dumouriez, Pichegru y otros. ¡Fueron los héroes en doscientas batallas! En Inglaterra, en Londres, el hijo del ministro Wellesley, Richard, a quien tanto distinguió Miranda en los días de la misión diplomática venezolana de 1810, dirá que ha recibido la noticia “con el mayor sentimiento”…
El desenlace de esta vida grande, desenlace de tragedia griega, sin salida posible, de fatalismo entero altamente cruel, no fue un final lúgubre, sino en la miseria hostil de la enfermería de Cádiz. Afuera, en el ancho lar de América que era su patria grande, en pie estaba ya la guardia de honor, para escoltarle solemnemente: cinco días antes, el 9 de julio, el Congreso de Tucumán había declarado la Independencia de las Provincias del Plata. Esos legisladores habían cumplido con Miranda, y a su lado estuvieron la noche del 14, en posición de firmes, orgullosos de su triunfo. Y cuando el cadáver fue llevado al cementerio, hubo para él un cortejo de muertos gloriosos asesinados aquel mismo 1816, por el general español Morillo: Camilo Torres, Francisco José de Caldao, Carlos Montúfar, Antonio Villavicencio, Tadeo Lozano, Manuel Rodríguez Torices, Antonio Baraya, Liborio Mejía. Con ellos, y con los ya millares de muertos por la libertad que él había vuelto conciencia en el hombre americano, penetró en el inmenso océano de la perennidad. Allá, como dice el Libro de los Muertos, de Egipto, “no se cansará de ser eterno”.
Facilitadores Pedro Araujo.
Yaccenia Arevalo.
Deysi Lares
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